miércoles, 14 de agosto de 2013

EN LA FERIA MEDIEVAL

Acabo de hablar con el responsable de esclavizar a dos caballos y un camello en la feria medieval del pueblo en que vivo. Muchos sabréis que me hice algunas fotos con el esclavo camello abrazándolo y dándole amor, quizá por primera vez en su vida, como dijo Jane Di Franco.

Primero hablé con uno joven que iba vestido de medieval; le mostré mi desacuerdo y ...
le pregunté por el responsable (por el esclavista mayor). Me dijo que vendría enseguida.

Se le notaba nervioso.

Cuando voy a protestar por algo adopto un gesto muy grave.

En pocos minutos llegó ese hombre conduciendo el carro arrastrado por un caballo negro, el carro lleno de niños. El carretero tenía aspecto rudo, pelo blanco y boca casi sin dientes.

El ayudante le hizo un gesto con la mano señalándome; yo le hice otro diciéndole que cuando bajase quería conversar con él. Adoptó un aire serio. No tengo precisamente aspecto de embajador de ayudas sociales.

Se acercó a mí entre los fardos cuadrados de paja, también iba vestido de medieval. Bueno, de traje de disfraces barato. En mis brazos estaba mi fiel Leónidas.
Le solté todo a mi forma: a bocajarro pero con palabras educadas aunque contundentes:

"Quiero mostrar mi desacuerdo respecto a estos animales que ustedes usan. Esta feria que se hace todos los años es bonita y lo podría ser más aún si no se usasen animales para divertir a niños que, montándose encima de ellos, se embrutecen, se insensibilizan".

Había algunos niños escuchando nuestras palabras, y algún adulto de los que esperaban para "disfrutar" del paseo sobre un carro arrastrado por una figura viva cuya sangre es cien por cien pena, una sombra andante que ha olvidado la alegría de la luz de las estrellas, la alegría de las amarillas y verdes sendas, la vida toda.

"Esos animales son esclavos. No deberían estar aquí". Señalé a los hermanos.

Nacen para eso, me dijo el hombre (lo de siempre).

Le dije que nacen para ser libres.

Añadió que no están mal.

Le señalé a los caballos. "No están mal? Usted estaría bien con los ojos tapados, lleno de cuerdas, de cadenas y arrastrando un carro pesado lleno de niños?"

Él dijo que los carros no son pesados. Me habló de los caballos percherones. "Esos sí arrastran peso", dice. Le digo que el carro que veo es pesado y con niños más, y más dando viajes durante toda una tarde." Además, añadí, no compare un martirio con otro; también estarían peor estos animales si les cortáramos ahora mismo la cabeza. No es el asunto. Le repito que estos animales sufren.

Añadí que era escritor, porque sé que nombrando esta palabra en estos lugares te atienden más tiempo, para ver hasta dónde podría llegar la cosa, no porque les interese lo que digas. Y dije que iba a realizar las gestiones oportunas para que el año próximo el ayuntamiento trajese esa feria pero sin animales esclavizados (cosa que sé imposible pero intentaré que al menos sea en dos años, o en tres). Porque -le dije-, no le estoy llamando mala persona a usted (eso lo dije para suavizar la situación y que su corazón se abriese más a mis palabras, y sobre todo para que, atenuándose su miedo, atendiese mejor a mi mensaje, no al de amor, sino al de advertencia), usted hace un trabajo que cree que es justo pero no lo es. Es tristísimo, es feo. Nosotros elegimos vivir en las ciudades, libremente. Pero estos animales no han elegido vivir aquí, han sido obligados.

"Y entonces qué hacen, dónde van?", me dice.

"Donde deben estar, en su lugar, en el campo.

Ustedes están haciendo un doble acto malo. Están maltratando psiquica y físicamente a estos animalitos y están maleducando a nños que cuando crezcan serán insensibles a la vida en general.

"Esto es una feria medieval", contesta.

Le digo que en una feria medieval se debe mostrar cosas de la época. Pero por encima de todo esa feria medieval está ubicada en el siglo XXI, donde la sensibilidad popular ya está en contra de estos usos de los animales (le puse más dura la situación de lo que es; pues a la gente en general de momento, salvo casos de maltrato grande y asesinato, "montar en caballito a mis hijos" les parece lo más inocente y bonito del mundo.
"
Yo sólo vengo aquí tres días", se intentó justificar.

"Tres días de martirio para los caballos y el camello, señor", contesté. Y el resto del año en que vaya a otros pueblos, maltrato interminable para ellos. No estoy de acuerdo. Y voy a protestar. Somos muchos los que estamos protestando y vamos a seguir haciéndolo."

"Le aviso de esto para que vaya pensando en otra forma de trabajo en este marco o donde quiera pero de otra forma".

Me dice: "y quién tira del carro?"

Le digo que ponga un caballo de plástico duro con ruedas y motor, o lo que sea.

Dice que eso a los niños no les gustaría.

Contesto que eso es lo que él cree. A los niños les encantaría esa otra opción, y la recordarían con mucho cariño cuando se hicieran mayores. "O si no -añadí- arrástrelo usted, no dice que no pesa?".

Su gesto y mi gesto dieron por terminada la conversación y yo partí con mi amado Leónidas en brazos, camino a casa, con una tristeza antigua en el corazón, pero con la alegría futura de que gota a gota se hizo el mar, y el mar golpeando la piedra acaba rompiéndola, y fluyendo por encima de ella.

Siendo los intérpretes de los Bellos, entre una maraña de gente que sólo ve juguetes en sus cuerpos de huesos, corazón y sangre en fuego. Así, construimos EL CAMINO.


 

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